Y después del Acto III viene el
CUARTO ACTO
HABLADOR
(el obrero)
Hablador:
Hablo, hablé, hablaré. (mirando al público) ¡Habláis, habláis... y
habláis! ¿Pero de qué sirve hablar si no pensáis? Creo que a estas alturas de
la obra ya os habéis percatado de que el que habla de verdad soy yo; Hablador.
(tierno) Tampoco se os habrá escapado que mi pareja, mi chica, mi
complemento, es Pen, esto es: Pensadora. Pues bien: esto seguro que no es
casual. Hablo porque pienso. Pen piensa y yo hablo. ¿Es por ello Pensadora mi
pensamiento? ¿Será ella la que me conculca y da fe de mi existencia? Resumiendo
en una frase; ¿existo tan solo porqué Pen me ha pensado? Pero queridos,
(explícitamente al público) ¿No existimos todos porqué alguien nos crea? Pensad
por un momento en lo que llamamos empatía: “la capacidad de saber lo que piensa
nuestro interlocutor”. ¡Poseemos la capacidad de proyectarnos en la mente de la
persona que tenemos en frente y – por así decirlo – apoderarnos de su alma al entender
lo que siente y padece! Esto no lo digo yo. Lo dice el diccionario. (arrobado)
¡Empatía!.
Pensadora
(lejana desde su cubil): Del griego “ampatheia”, pasión, participación afectiva, y por lo común
emotiva, de un sujeto en una realidad ajena.
Hablador
(cínico): Se trata de un lugar común que todos tenéis asumido y que por
lo tanto no vais a discutirme. Todos sois capaces de introduciros en la mente y
los sentimientos del contrario. Sabéis interpretar lo que el otro padece. Os
podéis apoderar de su ser.
Conclusión:
¿Qué os cuesta creer que nosotros podemos hacer lo mismo? Cuando yo hablo,
pongo en mi interlocutor y en todo lo que me rodea lo que digo. Pero eso mismo
es lo que hacéis vosotros aunque no tengáis clara conciencia de ello. ¿O creéis
que vuestros actos no tienen consecuencias? ¿No importa que le digáis “fíjate
que buena o bueno está esa o ese modelo” a vuestra pareja? ¿Creéis que no? ¿Y
que os conteste que “adonde irías tu con una chica así”?... ¿Queréis que siga?
Pensadora
(sale del contenedor y se acerca a Hablador): ¿Adonde irías pues con una
chica así?
Hablador:
Hombre, veo que no solo piensas sino que también oyes.
Pensadora:
¡Siempre cuando hablas de chicas! Nunca sé si las vas a convocar más o menos
casualmente con la fuerza de tu voz.
Hablador:
El poder de mi voz querrás decir.
Pensadora:
Poder, fuerza, potencia, intensidad, ¿qué importa como lo llame si realmente
entiendes lo que quiero decir?
Hablador:
Pues mira, será deformación profesional pero me gusta que los discursos sean
explícitos y correctos. ¿Por qué decir mal o ambiguo cuando se
puede decir perfecto? Mira por donde que te voy a contar una anécdota.
Pensadora:
¿Que te ocurrió a ti?
Hablador:
Para nada, para nada. Más que pensadora te tendría que llamar mal pensada (se
sonríe) perdona lo facilón de la ocurrencia.
Pensadora:
Está bien que lo reconozcas. Pero termina de una vez con la anécdota ¿qué se
refería a quien entonces?
Hablador:
Ah, si, a Dirac.
Pensadora:
Creo que no tengo el placer...
Hablador:
Pues deberías ya que se trata de un eminente científico que vivió durante la
gloriosa época del renacimiento intelectual que precedió las dos ultimas
guerras mundiales a principios del siglo veinte.
Pensadora:
Ya, ya me acuerdo, el que predijo la existencia del positrón mediante una mera
especulación matemática. Determinó y demostró que tenía que existir la
antipartícula del electrón con la única herramienta lo bastante avanzada para
su época: Su cerebro.
Hablador:
Exactamente y me alegro de que lo recuerdes. En realidad es de tu cuerda, un
pensador como tú. Pero lo que me interesa ahora es mostrarte su vertiente
habladora. Porque convendrás conmigo en que todo pensador comunica sus ideas
gracias al lenguaje. En eso os superamos los habladores.
Pensadora
(irónica): Sí, hasta el más tonto de los habladores habla.
Hablador:
Vaya. Estás animosa. Pero sigamos: Este profesor de Matemáticas en Cambridge
estaba dando una de sus clases ante un profuso auditorio de estudiantes que a
duras penas lograban seguir su procelosa mente por la pizarra. ¿Te sitúas?
Pensadora:
Pues si. Lo has descrito muy bien. Hasta se nota el ambientillo del aula.
Hablador:
Gracias. Sigue ubicándote entonces: en una fila alejada de la palestra se
levanta un joven de aspecto ingenuo y despistado, hirsuto y desmañado, llamando
a todas luces la atención del maestro. Este no se inmuta y sigue arengando a
sus alumnos hasta que, incómodo el chico le impreca en voz alta: “¡profesor,
por favor!”. Dirac no elude en esta ocasión la atención solicitada y responde:
“dígame joven”. El chico, acobardado pero decidido contesta: “Es acerca de la
secunda fórmula de la parte derecha de la pizarra. Mire: no la entiendo”. ¿Qué
crees que contestó Dirac?
Pensadora:
A ver. Déjame pensar... está claro que lo que me cuentas es una anécdota
relacionada con el lenguaje...
Hablador:
Si. Vas bien querida Pensadora.
Pensadora:
... y que además se trata de una connotación que tiene que ver con el
pensamiento hiperracional de Dirac.
Hablador:
Exactamente. Te superas querida.
Pensadora
(concentrada): Deja que me ponga por un momento en la piel de Dirac (se
pone)... si ya ... ¡ya!
Hablador:
No me lo puedo creer. ¿Qué es entonces lo que coliges que hubo contestado
Dirac?
Pensadora
(riendo): Ah, pillín, pillín, como te gustaría que te dijera cuales
fueron sin duda sus palabras, (categórica) pero no te las diré porque no
las hubo.
Hablador
(entusiasmado): ¡Vaya, vaya Pen! Tan brillante como siempre. Realmente
extraordinario que con tan pocos datos seas capaz de reconstruir la historia
tal como fue! * De verdad que me ha parecido genial, extraordinario, sublime,
...
Pensadora
(en el asterisco * se gira hacia el público y comenta por encima de
los elogios de Hablador sin que este se entere): ¡Pobre infeliz! ¿Y no será
más bien porque soy yo la que le inculca todo lo que sabe, incluida esta
anécdota?
Hablador:
¡... majestuosa, cerebral, glorioso y esponjoso!
Pensadora
(haciendo una pausa, algo desconcertada): Ah... vaya... bueno, la verdad
es que todavía me llegas a sorprender. Me pregunto cuanto libre albedrío
tenemos las criaturas de Dios.
Hablador
(retador): Bueno, ¿y por qué no nos explicas esa no contestación de
Dirac?
Pensadora:
Muy sencillo. El alumno no le hizo ninguna pregunta por lo que el profesor no
se dignó en contestar a una simple afirmación (imitándolo en tono de burla):
“no entiendo lo que pone en la pizarra”.
Hablador
(pensativo y muy serio): Realmente extraordinario Pen. No entiendo como
alcanzas tales grados de clarividencia. ¿Sabes?, temo que si yo tuviera que
crearte a ti mediante mi palabra nunca conseguiría un producto tan
extraordinario como eres.
Pensadora
(quitándole importancia al asunto): ¡Qué cosas dices Hab! No sé si
tomarlo a bien o a mal. Lo de extraordinario suena bien, pero lo de producto no
sé si es un cumplido. Por lo demás, ¿quién habla de crearnos? Solo la evolución
nos ha llevado a lo que somos los cuatro. (con tristeza) Por eso somos
tan distintos de los comunes ¿no crees? Por eso estamos tan apartados del
mundo.
Entre
capítulo y capítulo suele oscurecerse el escenario como ya dije y se aprovecha
para cambiar sutilmente el decorado (principalmente para dar la sensación de
que nuestros protagonistas recuerdan, piensan, dicen o sueñan algo nuevo de un
capítulo al siguiente). Solo se mantienen los colores respectivos. Además
aprovechan los actores que no intervienen en la escena para desaparecer entre
bambalinas. Pueden incluso poner un muñeco dentro de su saco de dormir en el
contenedor para disimular.
QUINTO
ACTO
EL
INCIDENTE
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