Y después del ACTO I viene el
ACTO II
SOÑADORA
Se ilumina entero el mismo escenario descarnado de un puerto con los cuatro contenedores marchamados ocupados con Soñadora y Memento solos. Se oye un fondo de mar y gaviotas.
Soñadora: ¡Hablador! (pausa). ¡Hablador!, (alzando el tono nerviosa) ¡Hab, Hab!
Soñadora
(trémula): ¿Quieres decir que...
Memento:
No, hombre no. Diablos, no te asustes Sonia, solo se han ido a pasear. Ya
sabes, cuestión de intimidad... ¿Qué habías imaginado?; ¿que Hablador había
negado la existencia de Pensadora o más bien era Pensadora la que había pensado
que nunca habían existido? ¿Te das cuenta del enorme ejercicio moral que eso
supondría? ¿Serías tu capaz de soñar que ni tu ni yo habíamos existido jamás?
Soñadora:
Quizás sí, si tuviera el poder de conjura de Pensadora. Ella al menos tiene
algún control sobre lo que piensa. Yo sin embargo... ¿cómo puedo evitar que mis
sueños convoquen algún día la maldad más abyecta en el mismo seno del universo?
Dime, ¿qué control tengo sobre mis sueños para evitar que te borren a ti de ese
universo?
Memento:
Pero míralo al revés. Esa misma condición es la que te redime de cualquier
pecado. Si eres incapaz de controlar tus sueños es porque ellos son lo que los
comunes llaman Destino. Al fin y al cabo, ¿qué importa que el Destino provenga
de tu mente o que nazca de la fatalidad?
Soñadora
(vehemente): ¡Pues claro que importa,
y mucho! ¡Que fácil es dejar recaer el peso de la responsabilidad sobre una
simple palabra! Pero es que las palabras tienen a menudo sentidos que doblegan
voluntades o transforman el mundo. Dile eso a Hablador. El sí que conoce el
peso de las palabras cuando se cumplen inmediatamente después de pronunciarlas.
Y de ese poder no nos libramos los demás. Ni siquiera los Comunes. Ni aún
escudándose en la falta de precisión de las palabras. En eso, otra vez tiene razón Hablador. El idioma quizás no sea
todo lo preciso que se pudiera desear pero que nadie oculte o disculpe un
discurso desacertado amparándose en haber sido malentendido. El fondo del
lenguaje es percibido por la mayoría gracias a una mezcla de instinto animal,
de análisis coyuntural o contexto, de extrapolación y de entendimiento directo
de las palabras que lo conforman. No nos escudemos pues en la dificultad del
lenguaje para expresar las ideas. No provoquemos inútiles falacias a no ser a
modo de juegos. ¡Vamos, que no mareemos la perdiz!
Memento:
No entiendo donde quieres ir a parar.
Soñadora:
Pues salta a la vista. Extrapola o saca conclusiones al conferirme la
personalidad de la fatalidad. Si yo soy la fatalidad prefiero morir. No hay
nada peor en el ser humano que aceptar fatalmente su destino: “Aquello que no
se puede cambiar, dominar o influir; lo que esta escrito”. Así es como se han
construido los gobiernos de todas las sociedades creadas por el hombre.
Estableciendo unas pautas injustas y desiguales y manteniéndolas hábilmente
como inevitables pero soportables: “no os preocupéis pueblo, esto es lo menos
malo de todos los tratamientos posibles. Además ¿qué le vamos a hacer?... la
fatalidad es la fatalidad”. Cuando en realidad el mensaje debería ser: “Qué no
se nos preocupe la plebe, hagamos lo peor posible sin ahogarlos del todo (que
ya lo dice el dicho: ahoguemos pero no apretemos) y eso sí; soltémosles el
rollo de la fatalidad, el fútbol y el consumismo apropiado.”
Memento:
Bueno, visto así creo que tienes razón. En todo caso procuraré no recordar esta
conversación mañana.
Soñadora
(irónica): Pero cariño mío, ¡que
inocente eres!, no sé si te das cuenta de que por mucho que te empeñes no
tienes ningún control sobre tus recuerdos. Recuerdas lo que recuerdas y ya
está.
Memento:
Eso si que es fatalista ¿no crees?
Soñadora:
Eso solo es Freudiano. Incluido tu subconsciente.
Memento:
Como quieras.
Se oscurecen suavemente los cubos de Memento
y Soñadora. En la penumbra, sentados ya sobre una silla o el camastro, se les ve sin embargo atentos a la próxima
llegada y posterior conversación de sus amigos. Se oyen las voces de Hablador y
Pensadora aproximándose por un lado del escenario. Pensadora lleva sobre el
hombro un pez dentro de una red.
Hablador:
Te lo dije Pensadora, te dije que no conseguirías pescarla sin mi ayuda.
¿Reconoces ahora la supremacía volitiva de mi poder? Solo con decir
intencionadamente (imitando a un genio de
la botella) “el besugo está en la red”, consigo el milagro de la redención.
Pensadora:
Bueno, bueno amiguito Parlanchín. No te quitaría la razón si controlases mejor
tu afilada lengua. Pero ahí está el quid; el poder de tu Voz confrontado a la
ligereza con que lo manejas me recuerda vivamente la potencia de la bomba H en
manos de un político.
Hablador:
Pues vaya, ¡menos humos amiga mía! Te reto a que consigas pensar que
pescas un besugo la mitad de grande que
éste que yo “hablé” para ti. (pícaro y mirando de reojo al cubil de Soñadora)
Mejor aún, traslademos el problema: ¿Crees que Soñadora sería capaz de convocar
en sueños un besugo mayor que este? Sería capaz de controlar su subconsciente
mejor de lo que yo controlo mi palabra.
Soñadora
(encendiendo su lamparita de mesa, => un foco la destaca): ¿Habrá se visto
un creído de tal calibre? No creas ni por un momento que el poder de mis Sueños
es menor que el de tu Palabra. De hecho, el subconsciente se asemeja bastante
al alma mientras que las palabras tan solo son una burda manifestación de sus
capas más evidentes. Así que no te envalentones por la evidencia de tus
aptitudes y piensa al contrario en la sutileza de las mías. Mira, te lo diré de
otro modo: cuando tu deseas que algo se cumpla, lo dices y lo consigues. Bien.
Pero eso no siempre te hace feliz ¿no?, ¿y sabes por qué?
Hablador:
No pero supongo que no vas a tardar en iluminarme con tu preclara sabiduría.
Soñadora
(irónica): Exacto. Ni lo dudes
Hablador, ¿o mejor debería llamarte “bocazas”?. (normal) Escucha Hab; a menudo ocurre que lo que deseas
conscientemente no se corresponde con lo que te haría realmente feliz. Y esta
contradicción que mucha gente (de hecho la mayoría de los seres humanos) sufre,
es debida al antagonismo entre su consciente y su subconsciente. El consciente
– “la conciencia” podríamos decir – genera la parte más evidente de su alma,
aquella que percibimos como nuestro “yomásreal”, mientras que el subconsciente
– que bien podría llamarse “la conciencia de la conciencia” – encierra la
esencia del ; nuestro “yomásprofundo”, a pesar de que – por definición – no
siempre somos concientes de nuestro subconsciente. Así pues, ocurre que los
humanos viven una falsa vida, una vida inventada según los cánones de la
cultura en la que están inmersos, o mejor dicho; sumergidos y ahogados. La
sociedad procura por todos los medios impedir que el “yomásreal” de sus
individuos pueda oír a su “yomásprofundo” por la simple razón de que eso les
procuraría algo muy parecido a la felicidad. (irónica y a media risa)¡Y todo el mundo sabe que un hombre feliz no
necesita consumir!
Hablador:
¡Vaya parrafada Sonia. Menuda asocial estas hecha! Pero dime; si como dices, lo
que percibe el individuo es su yomásreal, esto es; la parte consciente de su
alma, ¿por qué no puede ser feliz al cumplir sus deseos más conscientes que son
aquellos que efectivamente percibe como tales y no los subconscientes?.
Soñadora:
Esto que me dices es pura retórica ¿verdad? Solo tratas de salirte con la tuya.
Quieres demostrarme que tu capacidad verbal, la que caracteriza el poder del
que estas en realidad tan orgulloso, aunque sabes que es un poder afín a tu
yomásreal, quieres demostrarme – digo – que lo evidente puede sobre lo
subyacente. Quieres demostrarme que el poder de conjura de tu Voz es mucho
mejor que el de mi Sueño porque es más inmediato; es más evidente, contundente;
es instantáneo; controlable. Por lo contrario, mi poder de conjura a través de
los sueños – y el sueño es evidentemente hermano del yomásprofundo – es incontrolable (¿como
podría soñar lo que quiero?). (con tono
mesiánico) Pero yo en verdad te digo Parlanchín que la emanación de mis
sueños es lo que en realidad somos. (normal)
En una palabra: el alma real de la gente es su yomásprofundo. Y eso es lo que
muy poca gente sabe. Viven en un terrible auto engaño que les hace desear,
luchar y desgastar sus vidas en cosas que no les hace felices. El coche mejor
que el del vecino; la casa más grande; la ropa más cara; el colegio más pijo
para el niño; las vacaciones más exóticas... ¿qué sé yo? El caso es que al
final siempre existe otro vecino con un coche mejor que vive en un maravilloso
chalet vestido con el traje más lujoso, sin hijos y siempre de vacaciones.
Hablador:
Bueno, lo que estas describiendo es la envidia del ser humano.
Soñadora:
¡No, no, no! La envidia es el subproducto. Aquí, el problema de fondo es el
error que comete la parte consciente del individuo independientemente de que
exista el fastidioso vecino o no. Todos esos deseos no forman parte de su
yomásprofundo. La sociedad se los ha inculcado a su yomásreal. Si nuestro
hombre abriera realmente su mente, es decir, si su conciente escuchara su
subconsciente, se daría cuenta de que esos deseos no le satisfarían jamás.
Vería que lo que en realidad le iba a gustar sería tener una casa confortable,
un utilitario decentillo, algún hijo bien educado y – eso sí - las mejores
vacaciones posibles. Pero ahora bien: de lo que ineluctable y concomitantemente
se daría cuenta sería de que “querer todo eso mejor que el del vecino”
es una imposición de la sociedad. No un deseo real que pudiera satisfacerle,
asunto éste del que no se había dado cuenta hasta ese preciso momento en que su
yomásprofundo se lo había comunicado a su yomásreal. Pero claro, ese es un
ejercicio al que no se acostumbra a la población. Es peligroso para el índice
Nikey.
Memento, Pensadora y Hablador aplauden
a Soñadora y la rodean para felicitarla cordialmente con palabras cortas de
aprobación tales como “muy bien Soñadora”; “bravo”; “excelente”; “¡vaya, vaya,
has estado sembrada” y otras lindeces por el estilo – que improvisen, el autor
no piensa reprochárselo en este caso -. Pasadas ya las
efusiones, decaen extrañamente los ánimos como si “un ángel hubiese pasado”; en
el incómodo silencio establecido sus rostros se tornan pensativos. Se separan
los cuatro a sendas esquinas del escenario y mantienen la tensión por un
momento más. De pronto se oye una trémula voz:
Pensadora
(dubitativa): No sé... necesito...
creo que necesito contaros algo. Es... es triste.
Los demás se acercan a ella lentamente y,
cariñosamente la abrazan. Uno tras otro se enfrentan a su mirada escurridiza,
le levantan la barbilla o se agachan para arrostrarla. Luego se retiran a sus
cubículos respectivos donde se sientan y quedan en penumbra (los focos directos
se apagan). Son muestras íntimas de confianza, una invitación tácita a que
libere su pesadumbre.
Pensadora
(agradecida y más suelta, mirando al
público aunque dirigiéndose implícitamente a sus tres compañeros): Ya
sabéis que no soy capaz de recordar donde ni cuando nací. Supongo que esto
también forma parte de las limitaciones que nos hemos impuesto para no
interferir con el transcurso natural de los acontecimientos... en fin, no sé.
El caso es que sí recuerdo algo muy antiguo, algo lejano. Sin duda pienso que
es lo más antiguo que recuerdo de mi existencia... y me aterra.
Un
foco la destaca de la penumbra que cae sobre su entorno.
(Pensadora
soñadora...)Por aquel entonces debía tener yo unos trece años. Era
desgarbada pecosa y fea (se ríe al
recordar); la graciosa de la clase. Yo, como todas las adolescentes, soñaba
con mi príncipe azul. Sí. Ya veis que todavía no había desarrollado mis poderes
mentales; no se cumplía entonces todo lo que yo pensaba. Bueno, en
realidad... esa fue la primera vez... (reprime un ligero sollozo). Ivan. Se
llamaba Ivan y lo quise como jamás podré volver a querer. (Se gira hacia el cubo de Hablador donde se dibuja su silueta) Lo
siento Hab, lo siento (Hablador levanta
la mano en un gesto de entendimiento). ¡Vaya!, Supongo que los primeros
amores son únicos tan solo porque son fruto del desconocimiento de la inocencia.
¡Y yo era tan inocente!
Ivan
era el chico que se sentaba siempre a mi lado en clase. No creo... no recuerdo
que fuera por decisión propia o de acuerdo mutuo. Sin duda debía ser por la
correlación alfabética de nuestros apellidos – no me acuerdo del suyo –. Tal y
como convenimos, el mío no os lo diré.
El
caso es que por esos caprichos del destino Ivan me iba a gustar más de lo
debido tal y como ahora recuerdo que así había de ser puesto que de este modo
os lo estoy relatando. ¡Vaya!, Que cuando uno mira al pasado parece que todo
debe estar escrito puesto que con la perspectiva, todo cobra un significado
revelador. Es fácil saber el destino del mundo cuando ya se ha leído el final.
Lo difícil es conocerlo mientras se está inmerso en él.
Hablador:
Sigue Pen. Bueno... si quieres. Estamos aquí.
Pensadora:
No Hab, no amigos, no estoy divagando para eludir la historia que he decidido
contaros. Lo que ocurre es que esto, esto que parece sensiblería escatológica,
cursilería barata, podría serlo para la mayoría de los mortales, pero no para
mí. Sé que vosotros lo entenderéis, que
de hecho ya lo intuís, vuestros poderes – o nuestra maldición – os acercan más
a mí de lo que ningún mortal podrá estarlo jamás. (mira hacia atrás, hacia
las sombras difusas de sus compañeros dentro de sus cubículos) Y es que lo que los humanos llaman “destino”
siempre es en realidad “historia”. Según debería definirse con el mayor rigor,
el“destino” no podría ser sino aquello que, no habiendo ocurrido todavía,
habría forzosamente de verse cumplido en el futuro. Es decir que para los
humanos, el “destino” está escrito en el futuro de cada cual, y tal es la fe
que algunos profesan en él que pierden gran parte de su tiempo en pagar a
adivinos y augures para que se lo predigan lo más certeramente posible. Pero
sin embargo, saben perfectamente que no consta en ningún sitio que hombre
alguno haya sido capaz de predecir el futuro. Jamás a lo largo de toda la
historia de la humanidad se han dado más que algunas predicciones casuales que
caben sencillamente en la pragmática ley de probabilidades. Saben perfectamente
que si algún hombre se hubiera destacado alguna vez por superar las
estadísticas prospectivas de sus semejantes, habría evitado todo tipo de
desastres personales o colectivos según fuese su talante humano. Saben – y
siempre digo “saben” – que no se conoce ningún caso parecido. Y no digo que no
exista - nosotros somos la viva prueba de que es así, (y en un guiño al
público) aunque todo el público aquí reunido sabe
que esto no es más que teatro (fin del guiño) – solo digo que si
existe o ha existido alguna vez un profeta de tal calado, no existen pruebas
racionales de ello.
Y
por favor no ofendáis mi inteligencia. No me vengáis con la Biblia el Corán o
cualquier otra ridícula excusa o descrédito de mi tesis.
Cuando
hablo de “pruebas racionales” me refiero a experimentos contrastables, a
hechos, al tan manido “si no lo veo no lo creo”. No a documentos de dudosísima
procedencia cuyo único soporte es precisamente la fe.
Siempre
me ha sorprendido la confianza irracional, “la fe” que los hombres son capaces
de depositar en sus más profundas esperanzas. ¿Porqué no actuarán en base a lo
que la naturaleza les ha dado de más valioso? Su inigualada capacidad de
pensar; de atar silogismos; de deducir teoremas; de exponer teorías; de
imaginar formas complejas e incluso inventarlas; la teoría de la relatividad;
la mecánica cuántica; ¿No veis que no recuerdan nada de eso cuando invocan la
fe; la magia; el culto; la alquimia y la mandrágora?
Memento
(en la penumbra detrás de Pensadora): Recuerda Pensadora que solo unos
pocos hombres han sido capaces de tales sublimes pensamientos.
Pensadora
(mirando a Memento mientras contesta): ¿Y que quieres decir con eso? (mirando
al público) ¿Quieres que crea que la característica más importante del
hombre solo se encuentra en unos pocos elegidos?, y yo digo; ¿en cuántos?: ¿en
un dos por ciento, un diez, un veinte?. O será que quieres decir que todos
ellos la tienen pero eso sí; en un dos, un diez o un veinte por ciento de la
capacidad potencial de su cerebro. (suspira tristemente) ¿Sabes? Es muy
posible que tengas razón pero no deja de atormentarme tanta sustancia gris
desaprovechada.
Hablador
(siempre desde la penumbra de su cubo): ¡Pero no es eso lo que nos
quieres contar!, seguro que algo mucho más personal y delicado. Habla Pen... si
quieres!
Pensadora
(sonriendo al público): ¡Cómo me conoce Hablador... o debo llamarte
“adulador”?. (Pausa introspectiva. Pensadora mira hacia el suelo)
Pero
sí, estoy efectivamente retrasando la historia que nos ocupa, bueno la que me
ha ocupado desde que ocurrió en aquel pasado tan indeterminado. (mira hacia
sus compañeros) De todas formas, la historia del destino que os acabo de
contar no es en absoluto casual y la expongo a modo de disculpa – si es que
puedo tener alguna - por el drama que yo
propicié entonces y del que me siento absolutamente responsable. (mira de
nuevo al público). Y es que todo lo que expuse acerca de la imposibilidad
de conocer el futuro para vosotros los humanos, no reza desafortunadamente para
mí, (mira a sus compañeros) para nosotros.
Esa
es precisamente nuestra inmensa desgracia, nuestra carga y nuestra maldición.
Nosotros sí tenemos la capacidad de conocer el destino, el futuro de todos y
cada uno de nosotros... (mirando al público) y claro está... del
vuestro.
Es
más, no es solo que lo podamos conocer sino que lo podemos inventar y, una vez
inventado, lo moldeamos para que efectivamente ocurra, (mirando hacia los
cubos de los cuales se desgaja Soñadora y se dirige por el escenario hacia Pen)
si es que no iba a ocurrir de antemano, que eso no lo podemos saber.
Soñadora
(ya frente al público al lado de Pensadora, iluminada por otro foco): No
te engañes Pensadora, en este caso puedes y debes descartar absolutamente la
casualidad, la que mencionaste antes como un porcentaje normal de aciertos
estadísticos. Sabes perfectamente que el inusual número de aciertos de nuestras
predicciones volitivas, nuestras inexorables profecías, es precisamente lo que
nos ha llevado a definir y reconocer nuestros poderes. Sabes que todo lo que tu
piensas, o yo sueño, ocurre. No importa lo extraordinario, inverosímil o
imposible que parezca, ocurrirá.
Pensadora:
¿Pero no nos sería posible rizar el rizo y suponer, por qué no, que es el
destino el que casualmente se ciñe en nuestro derredor? Quizás ocurre que cada
vez que ejercemos lo que creemos es nuestra voluntad, nuestro poder, acontece
casualmente un milagro estadístico. Abro el grifo cuando decido que el agua
corra. Y corre. ¿No será simple casualidad impuesta por el Destino?, ¿No
ocurrirá jamás que abramos todos los grifos y dejen de brotar? ¿Conocemos todas
las leyes? La Ley del Agua Corriente no está descrita en ningún manual. Solo es
que siempre se ha cumplido y pensamos que seguirá haciéndolo. Es lo que se llama
una ley empírica, de las que se cumplen porque siempre lo han hecho y esa es la
única seguridad que tenemos de que lo seguirá haciendo.
¿Y
si fuera simple casualidad, pura coincidencia que cada vez que abrimos el grifo
obtenemos agua? ¿No dicen que si se deja a un mono teclear sobre una maquina de
escribir durante la eternidad, acabará por escribir toda la literatura de la
Humanidad, y más aún, de manera puramente estocástica, casual?
Memento
(iluminada por el foco de su color): Vuelves a invocar al Destino que
actuaría por encima de nuestro libre albedrío. Sé que resultaría
tranquilizador. Nos eximiría de cualquier culpa. Según eso, daría igual tomar
cualquier determinación puesto que nuestro destino ya estaría escrito. Pero no.
No Soñadora no. Eso sería cierto si tuviéramos acceso a esa información sobre
el futuro. Si supiéramos de antemano lo que ocurrirá sería vano el esfuerzo de
impedirlo. Pero no lo sabemos. Lo único que sí conocemos es que cada acto tiene
su consecuencia. Te pego, te duele. No te pego, no te duele. Así de sencillo.
Soñadora:
Memento y yo coincidimos en el razonamiento. ¿Ves Pensadora? Creo que ya puedes
rechazar la imagen de un Destino Omnipotente y exculpatorio. Por lo que podemos
al fin aceptar que sí; tenemos poderes. Por increíble que parezca, esos poderes
existen puesto que los contrastamos día a día con nuestros destinos. ¿La
razón?; quizás la que apuntabas antes aunque acerca de otra cosa: es posible
que un uno, un dos ¿o quién sabe?, un diez por ciento de la población mundial
tenga estos extraordinarios poderes. Sería incluso posible elucubrar al
respecto sobre la intrínseca posibilidad de que todo lo que existe, todo el
universo nosotros inclusive, fuera fruto de los sueños, la imaginación, la
voluntad y los recuerdos de este desgraciado conjunto de superhombres del cuál
formamos parte,... aunque nos pese. Pero sigue por favor con lo que nos ibas a
contar.
Soñadora
vuelve a la penumbra de su cubo.
Hablador
(acercándose vehemente a Pen): ¡Un inciso por favor! Se me acaba de
ocurrir que tu argumento, Pen, bien podría leerse al revés.
Pensadora:
Explícate.
Hablador:
Tú arguyes que nuestros poderes podrían explicarse estadísticamente. Veamos si
he seguido bien tu hilo conductor: Existen tantos habitantes en la tierra desde
que es tierra que bien fuera posible que en unos pocos, al igual que los hay
que ganan a la loto, se diera continuamente la casualidad de que todo lo que
piensan, dicen, recuerdan o sueñan se cumple.
Pensadora:
Exactamente. Prosigue.
Hablador:
Bien. Os hago notar que este caso nuestro que parece tan particular podría
generalizarse perfectamente si, en lugar de referirnos a nuestros poderes, lo
hiciéramos acerca de los simples actos de los humanos, (mirando pícaro a la
concurrencia que necesariamente llena las butacas del teatro) de los
simples.
Soñadora
(iluminada levemente desde su cubículo): ¡Hombre no compares!
Hablador:
¿A no? ¿Y porqué no si puede saberse? ¿En tan alta estima tienes nuestros
poderes, nuestros castigos, como para no compararlos con los castigos, sus
poderes, de los simples? Yo creo que sí. ¡No nos apiademos tanto de nosotros
mismos por favor, o pensáis que el común de los mortales no sufre? Es una
cuestión de escalas, nada más. Nosotros somos más susceptibles de provocar
desastres con un simple acto de voluntad que ellos de manera inmediata y
evidente. ¿Pero no creéis que el simple acto de voluntad como el de dejar caer
una bomba atómica sobre Hirojima, pensado por un humano, (recalcando) un
simple, no ha tenido la misma trascendencia que cualquier horror que pudiésemos
(cansinamente) decir; pensar; soñar o recordar?
Memento
(liándose ostensiblemente un porro): Te tengo que dar la razón en este punto
Hab. Añadiré además que la historia está llena de ejemplos como ese. Alejandro
Magno decidiendo invadir toda Persia y Europa para establecer su nuevo orden
mundial; los Reyes Católicos; Gengis Khan; el Kaiser; Hitler; (aquí se
nombrará al elemento lógico que culmine adecuadamente la sucesión anterior
según el país o la época (año 2513 o el que sea) en que se represente esta
obra. Ejemplo actual;) Bush...
Hablador:
Muy bien. Veo que sigues perfectamente el hilo de mi razonamiento sobre el hilo
del de Pensadora. ¿Estamos todos centrados en ese hilo?
Todos
a la vez (menos Hablador): ¡Si!
Hablador:
Esto es. Pero a lo que iba.: decías pues, Pen, que podías explicar la relación
causa efecto de nuestros poderes contrastándola con la simple casualidad. De
igual manera que cada vez que abrimos un grifo brota el agua, siempre que
ejerzamos alguno de nuestros poderes se cumplirán.
Pensadora:
Si.
Hablador:
¿Y no te parece un juicio erróneo, lujoso? Si lujoso, eso he dicho y luego lo
explicaré.
Al
igual que relacionaba nuestros poderes con los actos aparentemente más
terrenales de los simples, así como tú lo hacías con la apertura de los grifos,
te pregunto: ¿Qué es lo que hace que los simples acepten las leyes por
empíricas que sean? ¿Porqué aceptan a su vez los axiomas básicos de Euclides
que bien sabemos que son indemostrables y que sin embargo son la base de toda
las matemáticas? Y añado: ¿Porqué habríamos nosotros de aceptar que nuestros poderes son reales?
Pensadora:
Esta bien Hab, dinos porqué.
Hablador:
Por que nunca fallan. Nunca han fallado. (Hace una pausa mirando a los demás y
a los (numerosísimos) espectadores)... y eso hace probabilísimo que no fallen
jamás. Esto es lo que justifica las leyes empíricas y... nuestros poderes. Es
también lo que niega la existencia del destino puesto que nos asegura que sea
cual sea nuestra conducta, tendrá consecuencias afines a su prosecución. Como
decía Memento; “si te pego, te duele”; siempre; es así y todos lo sabemos. (ampuloso)
De igual modo en verdad te digo; “Si ejerce tu poder, funcionará”; siempre, es
así y lo sabes.
Todos empiezan a aplaudir y
Soñadora saca socarronamente una pancarta que señala “APLAUDIR” al rebosante
aforo que inmediatamente empieza a aplaudir y, sin duda, reír.
Memento
(cuando ya se apagan las inteligentes risas del público y antes de que
prosigan las de los imbéciles): Muy bien Hab. (está un poco pedo)
Has demostrado inteligentemente que es inútil esconder nuestras conciencias
detrás del velo de lo ineluctable, del destino. Tanto nosotros, los Poderosos y
nuestros poderes, como los humanos, los simples con respecto a los actos que
cometen.
Pero bien, ahora sería cuestión
de volver a la sentida confesión de la que nos iba a hacer cómplices Pensadora
¿no crees?
Hablador:
Bien parece lo que bien está.
Soñadora:
Genial. Nos dejamos de tanto preciosismo para escuchar algo sentido de verdad.
Venga Pen, dinos lo que tanto te atormenta y te lleva a renegar del poder con
el que Dios te ha bendecido.
Pensadora
(cambiando bruscamente el tono de triste a alegre según el relato): Como
decía; por aquel entonces yo no era más que una niña. Una niña todavía inocente
y frágil. No puedo recordar exactamente los pormenores del asunto pero sí lo
recuerdo bien en las sensaciones y su esencia. Supongo que debía de ser mi
primer día de colegio – no sé si tiene importancia o no, sencillamente no lo
recuerdo - . Lo que os puedo decir en todo caso es que no se trataba de un día
como los demás y que yo tenía un miedo de todos los demonios. En realidad, a
tenor de lo que está a punto de ocurrir a esa niñita que yo era, tenía razones
más que sobradas para sentirme asustada. Claro que eso lo sé ahora y no
entonces por lo que no caeré en la tentación de hablar del destino. Nada estaba
escrito en ese primer día de colegio que yo pudiera saber de antemano. Y
todavía no podía crear nada con mi mente que no lo hubiese estado... hasta
entonces.
Aquel
niño parecía un ángel. Dudo que jamás pueda volver a ver un niño como aquel, ni
siquiera que exista o haya existido nunca uno parecido. Bueno... de hecho sé
que eso sería imposible;... (muy triste) yo lo intenté.
El
caso es que no tengo ni idea de por qué de tropecientos mil niños ahí
concentrados tuvieron precisamente que fundirse esos dos: la niñita que yo era
y aquel angelito de ojos negros y el pelo rapado. Bueno, ahora lo sé. El tiempo
me ha enseñado que los hombres siguen siendo animales y que como tales se
comunican para bien y para mal. Es lo que llamamos el instinto y es lo que
invariablemente se manifiesta cuando acudimos a una reunión de extraños. ¿Nunca
habéis recabado en los inesperados vínculos y afinidades que acercan a unos y
otros aún antes de haber tenido el tiempo de conocerse? Esto es lo que se llama
la empatía; el instinto conocedor; la afinidad cabal de proyectarse en el otro.
Es lo que nos queda del animal irracional que fuimos. Y no contradigo lo
antedicho acerca de la infrautilización por el hombre de su don más preciado:
la inteligencia analítica. Es solo que sé que siempre subyace a ella el núcleo
primitivo del que ha evolucionado; lo que Freud llamó el subconsciente.
¡Pero
vaya!, en fin, fuese lo que fuese, el instinto o la afinidad percibidos por
feromonas o por la simple observación de nuestros movimientos respectivos, la
niña se acercó resueltamente a su ángel negro y lo cogió de la mano. A su
alrededor el bullicio tomaba la mano a la algarabía y ésta a la inextricable
anarquía de un primer día de colegio. Las madres y algunos padres despedían
llorosos a sus retoños. Las maestras y algunos maestros intentaban poner algo
de orden en medio del caos. Y mientras, cien mil hijuelos asustados se
empeñaban en cultivar toda aquella locura colectiva.
En
medio de todo aquello: la niña y su ángel.
Casi
habíamos conseguido olvidar lo que nos rodeaba, uníamos nuestros ojos – negros
los suyos ¿lo dije ya? – a través de nuestras miradas y nuestras manos se
estrechaban en un cálido y profundo abrazo. Recuerdo aquel momento tal y como
lo pintan en las películas cuando dos amantes se descubren en una fiesta y el
director hace callar el griterío fundiendo a primer plano una suave música romántica.
No recuerdo haber oído nunca la voz de aquel precioso y amado niño. Sí, creo
que lo amé como solo se puede amar desde la infancia cuando aún no se sabe nada
de traiciones y desengaños.
Turbada,
Pensadora se da la vuelta hacia sus compañeros que la animan con cosas como:
Memento:
No te preocupes. Deja fluir tus emociones.
Soñadora:
No pasa nada. Te entendemos Pen.
Hablador:
Tranquila cariño. Estamos contigo.
Todo
esto en voz baja y conciliadora. (Aquí tampoco le importaran al autor las aportaciones
espontáneas que los actores tengan a bien improvisar).
Pensadora
se vuelve hacia el público:
Pensadora
(apenada): Al día siguiente, cuando el vínculo creado entre los dos
niños marcaba sus previsibles pero anheladas reglas de esclavitud, todo cambió...
o así lo creí entonces... o eso fue lo que me dijeron... o se equivocaban...
(exponiendo
fríamente los hechos)
Los
niños, que no son otra cosa que un proyecto de mayores, o quizás sea al revés,
los mayores somos niños crecidos, se comportaban entre si aproximadamente como
lo suelen hacer sus padres.
Mal.
El
Ángel y yo comprendimos enseguida que el lugar en el que nos encontrábamos
tenía sus propias y oscuras reglas. También dedujimos que no nos dejarían
apartarnos de su implícita exigencia. Supimos que tendríamos que adaptarnos y
que para ello habría que seguir el proceso de percibir, analizar, entender y
someter mediante dos tipos básicos de tácticas defensivas.
Soñadora:
¡Pero que analítica eres amiga mía!
Pensadora:
Si que es cierto Sonia. Por eso convendrás que no en vano me llamáis Pensadora.
Soñadora:
Convengo.
Pensadora:
Sigo pues con mi pequeño drama (y supongo que ya intuís que de un drama se
trata): Uno de los niños más escuchimizados de nuestra clase se acercó a mi
ángel en el recreo. Resalto que se trataba efectivamente de un niño más menudo
de lo que ya de por sí éramos nosotros. Y lo resalto porque esa fue
precisamente la primera pista que nos puso sobre aviso de que debía haber
alguna trampa detrás de su temeraria actuación: el pequeño demonio se encaró a
mi ángel y súbitamente le escupió al rostro la sustancia viscosa más nefanda
que hubiera conocido yo hasta entonces - (Sonriendo al público) (Todo
sea dicho, con el paso de los años he llegado a conocer sustancias mucho más nefandas
todavía)(¿risas?) -. Supongo que por mi innata manía de analizar todo
acontecimiento, por surrealista o estulto que resulte, no reaccioné con la
celeridad necesaria. Por el contrario, mi amigo, que por muy bello que yo lo
considerase no tenía por que ser tan escudriñador como yo, contestó a la
afrenta con una sonora y soberbia bofetada sobre el semblante sin embargo
impertérrito del pequeño monstruo. Incluso llegó a sonreírle torvamente
presagiando sin duda lo que un cazador a su presa, la sequía a los viñedos o la
guerra a la paz. Como ya imagináis, no tardó el resultado de aquella treta
amenazadora en materializarse bajo la apariencia de cinco niños de la clase de
los mayores que más que niños bien podrían denominarse bandidos o delincuentes
o bestias. Es decir; cualquier cosa menos niños.
Así
que sin mediar palabra (os recuerdo que jamás llegué a oír la voz de mi amigo)
empezó el linchamiento sin cuartel de los cinco cuatreros (con voz macarra)
“pá´nseñarle” al atacante del infante desvalido. Quedaba clara la función
justificadora del enano repelente cuando proyectaba sus flemas con tanta
pericia. Ahora que lo pienso, creo que la maldad que muchos seres humanos se
empeñan en imponer a la sociedad, se viste insólitamente bien gracias a los
tópicos que la hipocresía le suministra. Así fue en todo caso como lograron
esos desalmados justificar a sus ojos como hacia los de los demás la razón del
castigo que debían impartir. No sé si necesitaban justificación alguna para
ellos mismos, antes al contrario pienso que la tenían preparada contra una
posible represalia del poder – aquí representado por los “profes” – el caso es
que nadie acudió entonces a ayudarnos y tuve que tomar medidas humanitarias yo
misma. Con mis veinte palmos de altura me iba a enfrentar por primera vez a lo
que iba a ser mi vida de ahí en adelante. ¡Estaba a punto de estrenar mi
terrible poder!
Debo
decir en mi descargo que esa fue la primera vez que descubrí las posibilidades
de mi poder en toda su aterradora magnitud. Hasta entonces no había sino
sospechado que yo era distinta más que por algunos indicios. Ya sabéis, podía
perfectamente tratarse de casualidades; piensas una cosa y ¡zas!, ocurre. Pero
no siempre, no todos los días al menos. Y así pasa el tiempo, sin que tu
subconsciente quiera realmente reconocer una tara que ya intuye, una cualidad
que le aterra, un poder que no quiere. Esa – ahora lo sé – es la verdadera
razón de que mi poder no se manifestara en toda su destructiva magnificencia:
mi yo-interior evitaba pensar en cosas que pudieran ocurrir precisamente para
que no ocurrieran.
Pero
aquel día fue distinto. La manera en que viví el suceso logró que mi parte
menos analítica brotara cual traidor rodillo destructor. Y en eso debí
convertirme: en una destructora traidora cuya sed de justicia me hacía ser la
menos justa de las criaturas. Y es que – como apuntaba antes – es fácil conocer
el futuro de nuestro pasado. Es fácil analizar las desgracias a toro pasado.
Pero infortunadamente para mí cuanto más lo hago peor me siento. ¿Os dais
cuenta de lo que era aquel linchamiento brutal, aquella salvaje agresión, tan
injusta paliza?: solo se trataba de una sencilla y algo atropellada pelea entre
críos... (triste) ¿pero cómo iba yo – una cría más a fin de cuentas –
saber discernir y juzgar aquello que de tal modo se me antojaba?. Y sobre todo:
¿cómo podría saber la niña que yo era que sus deseos, una vez pensados y
madurados, tendrían la terrible facultad de materializarse? ¡Y lo digo
literalmente!: mis pensamientos se materializaron efectiva y destructoramente.
Mi
ángel desapareció... quiero decir... se borró del universo.
Esa
es mi condena. En lugar de borrar del mapa a sus atónitos atacantes, mi
estúpido cerebro volatilizó el objeto de su violencia. Fuera la causa, fuera el
problema. No tengo a quien pegar, ergo no le duele.
¿Pero
sabéis qué es lo peor de nuestros poderes? Lo peor es que conllevan la
maldición implícita de que recordemos como era el universo antes de que lo
moldeáramos. ¡Mi maldición siempre será que recuerdo y recordaré a ese encanto
de niño, mi pequeño y tierno ángel que nunca ha existido pero que yo sé, y lo
sé perfectamente, de manera diáfana, (con un enorme pesar en el habla)
que no es en absoluto un recuerdo mío; es el niño, un ser humano, que yo borré
por siempre jamás de la faz de este mundo!
Se
apagan las luces y (los mismos actores) cambian sutilmente el escenario. Las
cuatro cajas aparecen en otra disposición (apoyadas sobre su parte más ancha en
vez de más estrecha y más separadas o más juntas por ejemplo), se pueden
cambiar cortinas o paneles de colores de lugar aunque todo esto SIEMPRE
MANTENIENDO LA IMPRONTA DEL ESCENARIO ANTERIOR, nos lo tiene que recordar.
Asimismo, los cuatro actores tendrán ropas de un estilo distinto aunque
manteniendo la misma tendencia de colores que corresponden a su foco de luz
(que el director de escena habrá determinado). Sugiero de nuevo: rojo
Pensadora; malva Memento; amarilla Soñadora; azul Hablador.
TERCER ACTO
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