sábado, 23 de julio de 2011

Preguntas inconclusas

Lo bueno de cumplir años es el bagaje intelectual que consigues acumular. Son tantas las dudas cosechadas durante la infancia que resolverlas se convierte en uno de los más consistentes placeres de la madurez. Yo personalmente adquirí ciertas dudas (y deudas) propias de mi generación. Estaban las preguntas del tipo de ¿quién mató a Kennedy?, ¿a Marilyn?, ¿pisó el hombre la luna? ¿qué le pasaba al Apollo 13?...

De sesgo más particular estaban otras preguntas como: ¿Quiénes eran esas Panteras Negras que levantaban su desafiante puño negro en los juegos olímpicos de Méjico en el 68?, ¿qué había ocurrido exactamente en los juegos de Múnich del 72 con la delegación de Israel?...

Como habréis notado, muchas de estas preguntas se vieron contestadas sin mayor dificultad gracias a películas de Hollywood y a google. Muchas otras se aclararon, si no del todo, en algún grado o hasta cierto punto no plenamente satisfactorio pero rebajando el nivel de ansiedad en alguna medida.

Y yo, además de estas y muchas más preguntas, también tenía otras más triviales pero no menos mosconas acerca de informaciones incompletas o evidentemente manipuladas.

Para los más jóvenes que puedan estar leyendo estas líneas hay que aclarar que en aquellos tiempos (en mi experiencia, de los sesenta a los noventa) no era fácil investigar las escuetas informaciones que recibíamos por el sesgo del transistor o más tarde de la televisión.
No es que fuéramos más tontos, es que teníamos muchos menos medios y los “poderes fácticos” estaban encantados con ello.

¿Cómo explicaríamos hoy en día por ejemplo la cuestión de la muerte de Kennedy? Cómo toda mi generación, estoy convencido de que la CIA (o cualquier sub gobierno americano) manipuló convenientemente la información que nos ofrecieron de lo que había ocurrido en realidad. El mecanismo que utilizan los grandes poderes es siempre el mismo que utilizan las sectas (y algunas parejas) al reclutar a sus corderos: el pensamiento aberrante

Se basa en el “Credo quia absurdum” de los clásicos.

Se trata de presentarnos una explicación tan demencial y contra natura que la población llega a plantearse que es imposible que el papá gobierno se invente una estupidez de tal calibre.

“Es tan absurdo que debe ser cierto” piensan todos.

Y sino ¿cómo explicar las “teoría de la bala mágica” para explicar la muerte de Kennedy?

Para los que no lo sepáis, el gobierno americano explicó la muerte de Kennedy gracias a la hipótesis de una única bala que había sido capaz de variar su trayectoria en el aire de manera que había incidido en varias partes del cuerpo del presidente de EEUU. Con esto se justificaba la afirmación de que solo había habido un franco tirador.

La historia era completamente alienante pero nos obligaron a tragárnosla.

Y si. Ya digo que el tiempo nos va aclarando las cosas, por ejemplo gracias a las películas. Para la muerte de Kennedy tuvimos la excelente película JFK de oliver Stone que a mí personalmente me encantó. Pero esta es una de las historias que siguen sin explicarse en absoluto. Es más: aunque la película JFK ordena admirablemente los hechos ocurridos en Dallas, tampoco acaba de explicar ninguna de las dudas generadas desde entonces. De hecho, incluso le reprocho a la película que siga dándole cartas de nobleza a la teoría de la bala mágica. Está tan bien explicada que la hace atractiva e interesante. Esto es: añade manipulación a la manipulación.

De las preguntas contestadas de mi vida agradezco sin embargo plenamente la del Apollo 13. Todavía recuerdo oír junto a mi madre en 1970 como daban la noticia en la radio de que los astronautas tenían problemas graves y que pintaba muy mal para ellos. Pero no pude saber exactamente lo que les pasaba hasta casi treinta años después gracias a la película sobre sus desventuras.

Estas historias son las que agradezco de corazón y por las que me felicito cada día por vivir uno más.

La otra historia que siempre me supo a “quemado” era la de la pareja Tracy-Hepburn. Recuerdo la simpatía que despertaba en la gente en general y en mi madre en particular.

Habréis notado que cito mucho a mi madre. Es porque la mayoría de mis preguntas “incontestadas” se generaron junto a ella y ante las noticias de la radio. Por cierto que una de esas preguntas era referente a cómo podían oírse voces de un aparato tan pequeño. Cómo los años me han convertido en técnico de sonido de radio, y presentador a ratos, es evidente que yo mismo contesté a muchas de mis preguntas.

Bueno. Volviendo a lo de Tracy-Hepburn: la teoría de la bala mágica de Tracy Hepburn consistía en que Katharine Hepburn y Spencer Tracy se habían enamorado durante el rodaje de “La mujer del año” y que habían iniciado entonces un idilio ilícito que había durado toda su vida.

Esta historia siempre me rechinó por todos los costados.

Lo primero era la simpatía que despertaba una relación que para los parámetros de la época era de lo más inmoral.
Al parecer Tracy era muy católico, y como estaba casado, no quería divorciarse. Sin embargo esto parecía aumentar el romanticismo de la relación con la Hepburn. Primera “bala mágica”.

Yo no entendía por qué no se tenía en cuenta el humillante papel de la mujer de Tracy, aunque se la considerara compinche y encubridora de esa situación. En realidad se entendía como una especie de “ménage à trois”. Segunda “bala mágica”.

Entiéndase bien que no tengo nada contra los hechos considerados inmorales por la sociedad. No me importan los ménages à trois, las infidelidades o las tendencias sexuales de cada uno. Soy un libre pensador y a todos vosotros os confiero plena libertad en vuestros actos más íntimos (mientras respetéis los de los demás). Pero aquí se trata de desentrañar una historia que me contaron desde niño y que no acaba de encajar… hasta ahora.

Sí. Una de las alegrías de vivir un día más es poder explicarse uno más de los enigmas expuestos años atrás. Este en particular lo desveló William J. Mann con su libro “Kate: The Woman who was Hepburn”. Aquí, Mann trata de mostrar el lado más oscuro de la actriz. Relata episodios como los malos tratos sufridos en su infancia, el presunto suicidio de su hermano a los 15 años, la bisexualidad de la andrógina estrella o la de todas sus parejas masculinas, incluído Tracy.

Ahí es nada. Por fin me explicaba una historia razonable sobre la pareja Tracy-Hepburn, una historia que encajaba todas las piezas de una manera aceptable por coherente.

Ahora entiendo que se tratara de la típica pareja “amañada” para tapar sus verdaderas relaciones homosexuales. Lo mismo ocurre hoy en día con multitud de otros actores de Hollywood. Tom Cruise por ejemplo. Quedó muy clara su escondida homosexualidad cuando Mimi Rogers, su efímera mujer  comentó al día siguiente de “su primera noche” que el actor la había claramente engañado en cuanto a su disposición en la cama. A partir de entonces, el cienciólogo se preocupó mucho y bien por tapar todo lo tapable haciéndose ver junto a multitud de actrices (cómo “nuestra” P) que obtenían en cambio un trampolín para la fama Hollywoodiense. Por cierto que parece que la pareja Nicole Kidman-Tom Cruise tiene todos los visos de ser el reflejo actual de los Tracy-Hepburn.

Lo que siento de verdad en este asunto es que vivamos en una sociedad que obliga a la gente a inventarse unas vidas alternativas para poder sobrevivir a la estupidez de los convencionalismos.

Pero yo por lo menos resuelvo alguna duda más... y pasa la vida.

Mann atribuye bisexualidad a casi todos los hombres con los que Hepburn estuvo relacionada alguna vez. También otorga gran importancia a un hombre llamado Scotty, que gestionaba una gasolinera cerca de la casa de Cukor y dispensaba más que gasolina. Scotty dice incluso que Spencer Tracy fue una de sus parejas sexuales. El libro trata esas revelaciones con más curiosidad que lascivia. Mann sostiene plausiblemente que su verdadero interés es cómo se esculpió y mantuvo la gran fábula del romance Tracy-Hepburn.


”El pulpo en el garaje”, como lo describe el autor, es por supuesto el afecto de toda la vida de Hepburn por las mujeres. Desde su temprana amiga Laura Harding, que se describía a sí misma como ‘el marido de la señorita Hepburn’, a Phyllis Wilbourn, una acompañante de 40 años sobre la que Hepburn dijo: “Phyllis y yo somos una sola”, las mujeres figuran prominentemente en la mente de Mann. Su objetivo es menos detectar relaciones lésbicas que reiterar la enorme divergencia entre la imagen pública y privada de Hepburn.

En su tercera parte, el libro describe la larga vida en el escenario de Hepburn después de que sus días de glamour en Hollywood habían terminado. “Las personalidades cinematográficas van y vienen, pero Khatahrine Hepburn tenía la intención que quedarse más tiempo”, escribe. “El único modo de hacerlo era convirtiéndose en una institución”. Si no hubiese decidido aparecer tan estratégicamente en ‘La reina de África’ (The African Queen) —o, en otros momentos, ‘León en invierno’ (The Lion in Winter), ‘Adivina quién viene esta noche’ (Guess Who Is Coming To Dinner) y ‘En el estanque dorado’ (On Golden Pond)—, su historia habría sido bastante más corriente.


Siento si todo esto os parecen simples cotilleos. Yo lo tomo más como respuestas a mi curiosidad. No me gusta que me tomen el pelo así que intento desentrañar todas las cosas que no encajan.

Y me encanta que cada día de vida me dé una oportunidad más para conocer esas respuestas inconclusas. Aunque a la gente no gusta que...

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